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sábado, 20 de febrero de 2010

Subida al Ocejón con nieve

Martes, 5 de enero de 2010

   Llevábamos varias semanas de mal tiempo. Lluvia, sobre todo, pero también temporales de nieve y viento. Según el parte meteorológico, el día 5 de enero se preveía una ligera mejoría y las lluvias y nieve darían una pequeña tregua. Así que mi amigo Agus, mi hermano Rubén y yo quedamos para subir al pico Ocejón (Guadalajara) ese día. Yo ya lo había subido a primeros de octubre, en pleno otoño con un cielo totalmente despejado y una temperatura agradable. Esto sería distinto pero desde luego mucho más emocionante. Habría muchísima agua y arriba tendría que haber bastante nieve.

   Quedamos pronto, como tengo acostumbrado, y sobre las 09:00 de la mañana llegamos a Valverde de los Arroyos. Nos preparamos, cogimos mochilas y bastones y comenzamos la marcha.

   Cruzamos el bonito pueblo de arquitectura negra hacia la parte alta, dejamos atrás la pradera con el campo de futbol y nada más pasar un pequeño castañal, tomamos el camino que sale hacia la derecha en suave ascensión paralelo al sendero que lleva a las chorreras de Despeñalagua.  En todo este camino ascendente bajaba un reguero de agua que en algunos sitios te cubría hasta el tobillo.

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   Seguimos en una ligera ascensión por el sendero convertido en un pequeño arroyuelo. A nuestra izquierda íbamos dejando el gran salto de agua ( de unos 60-80 m ) de la cascada de Despeñalagua con su impresionante caudal. Frente a nosotros, al fondo, se divisaba la canal por la que tendríamos que subir. La niebla, que cubría la cumbre desde que llegamos a Valverde, iba descendiendo poco a poco.

Ocejón con nieve 005

   Tendríamos que cruzar tres arroyos, que alimentan a la gran chorrera, y que por la gran cantidad de agua de la cascada, preveíamos un importante caudal de estos. Llegamos al primero y nuestras sospechas se confirmaron. Pisando en las rocas que jalonaban el arroyo y a veces metiendo el pie casi hasta el tobillo lo cruzamos sin más problemas. Los dos que quedaban serían muy similares a este.

   Una vez superados estos pequeños obstáculos, llegamos al pie de la canal por la que tendríamos que subir. A partir de aquí, en algunos tramos, la pendiente se torna exigente. A nuestra izquierda dejábamos un bonito bosque de pinos. La niebla, poco a poco, se tornaba más espesa y ya no dejaba ver más allá de 100 m. y mucho menos la cumbre.

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      Seguíamos subiendo en estas condiciones de niebla y humedad  (el pelo se iba mojando por momentos ), que por otra parte brindaba un halo fantástico al momento, y girando ligeramente hacia la izquierda, poco a poco iba apareciendo cada vez más nieve. Esto, junto con la niebla, impedía ver el camino y muchas veces nos desviábamos de la trayectoria correcta.

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   Así llegamos al collado que separa al Ocejoncillo a su derecha del Ocejón a su izquierda. Aquí había tramos que la nieve nos llegaba a la rodilla y se hacía tedioso el avanzar.  A nuestra izquierda salía la última parte de la ascensión que es la más vertical y de mayor desgaste físico aumentado por la cantidad de nieve.

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   Tras una media hora más de ascensión, llegamos a la cumbre, que por el altímetro del reloj de Agus, marcaba 2070 m de altitud. Aquí el frío se hacía notar bastante y todos nos abrigamos mientras calentábamos con un hornillo que me había traído un poco de café con leche para entrar en calor.

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   Las sensaciones que me envolvían en ese momento, con mi amigo Agus y mi hermano Rubén, allí arriba a 2070 m y con esa climatología eran increíbles. Esos momentos son de las cosas que más me gustan de la montaña.

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   Después del merecido café, emprendimos el descenso por el mismo camino de subida. El reloj biológico del estómago empezó a sonar y habría que calmarlo con algo de comida que habíamos traído. Decidimos comer en las chorreras. Luego, de regreso al pueblo, paramos en el mesón Despeñalagua para acabar la jornada con un cafetito.

   Esta ha sido una de las marchas que más he disfrutado.

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viernes, 27 de marzo de 2009

BTT Patones-Atazar-Patones

   Martes, 24 de marzo de 2009

   En esta ocasión, la salida fue con mi amigo Agus y su Specialized Stumpjumper. Decidimos hacer una ruta que conocía él por la zona de Patones-Atazar. Así que metimos las bicis en su coche y nos fuimos en busca de la aventura del día.

   Llegamos a Patones sobre las 10:00 de la mañana y preparamos todo para iniciar la marcha. Yo me había llevado las perneras y los manguitos para los primeros momentos, esperando una temperatura fresquita, pero nada más lejos de la realidad. No me hizo falta ya que desde primera hora nos hizo un día fantástico, nada de frío e incluso al medio día el sol atizaba de lo lindo.

   Comenzamos con una pendiente exigente, que en frío no sienta nada bien, hacia Patones de arriba. Antes de llegar a lo que es el pueblo propiamente dicho, nos desviamos hacia la derecha por un camino que a media ladera nos conduce dirección al pontón de la Oliva. Desde aquí teníamos unas vistas fatásticas de todo el valle aluvial del Jarama.

   En este tramo, el camino se iba dividiendo en varios ramales y a Agus, a veces, le costaba recordar cuál debíamos coger. Por suerte, la memoria le funciona bien y así, entre alguna subida más o menos fuerte y varios descensos pronunciados con tramos de mucha piedra suelta, llegarmos a un punto en el que teníamos que cruzar la carretera que sube hacia la presa del Atazar. Aquí aprovechamos para hacer un pequeño descanso y Agus, cómo no, colgado por enésima vez de su móvil. Por su trabajo tiene que estar siempre localizado y al pobre no le dejan parar ni en su día libre. Esta es la tónica general cada vez que quedo con él.

   Reiniciamos la marcha descenciendo por un camino hacia un nuevo valle. El descenso es largo y rápido con buen firme que nos lleva a un paraje de cuento. Es un bosque de ribera en lo más profundo del valle. El río Lozoya, encajonado, cuyos márgenes están salpicados de sáuces, chopos, álamos y alisos, emana una paz, una tranquilidad a la que poco estamos acostumbrados y no viene nada mal de vez en cuando.

   Siguiendo el camino, acomodado a los meandros del río, llegamos a la presa de la parra. Aquí hacemos otro alto en el camino para deleitarnos con las vistas y echar unas fotos en el puente.

   Nada más cruzarlo, tenemos que poner pie a tierra a consecuencia de un pequeño desprendimiento de rocas que cortan el camino. Una vez salvado el obstáculo, nos introducimos en un pinar. El camino toma pendiente y en una suave pero contínua ascensión, nos lleva a un punto clave en el devenir de la ruta. Si tomábamos el camino de la derecha, íbamos a Valdepeñas del Jarama; si cogíamos el de la izquierda, llegaríamos al pueblo de Atazar y al embalse. Decidimos que aunque era un camino más largo, tomaríamos hacia el Atazar ya que nos apetecía ver el embalse.

   Otra vez el camino tomaba pendiente y tras una dura subida llegamos al alto desde donde se divisaba todo el valle con la presa y el embalse al fondo y más allá, las nevadas cumbres de la sierra de Guadarrama. La estampa era increíble.

   Seguimos la marcha por el camino que transcurría por media ladera y al final, una corta pero durísima rampa nos llevaba al pueblo de Atazar. Aquí paramos para reponer fuerzas por última vez y Agus, cómo no, aprovechó para hablar por el móvil.

   A partir de aquí, todo el camino era por asfalto. Tras una ligera bajada, llegamos a la presa, donde paramos para contemplar el paisaje y hacer unas fotos, pero el guarda nos dijo que no se permitía la estacia de peatones en toda la presa. Así que continuamos la marcha y tras una fuerte subida, coronamos la carretera que baja hasta la presa y desde donde teníamos otra vez más, unas vistas preciosas.

   Ya sólo nos quedaba bajar hacia Patones y dar por concluída esta magnífica ruta. La bajada era larga y muy rápida y el hecho de ser entre semana y no haber apenas circulación hizo que nos lanzásemos a tumba abierta, llegando a alcanzar velocidades de hasta 68 km/h. Al final, tres o cuatro kilómetros de llano y estábamos en Patones de abajo.

   Me voy con muy buen sabor de boca. Hasta otra.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Valverde de los Arroyos

   Desde que un amigo me habló de Valverde de los Arroyos, siempre tuve muchas ganas de visitarlo. Nunca veía el momento idóneo. Buscaba información, datos, fotografías en Internet y eso me incitaba cada vez más a conocerlo.

   Por fin llegó ese ansiado día. Quería estar allí a la hora del amanecer, para captar ese mágico momento. Aunque no sabía cómo resultaría, puesto que el parte meteorológico daba nublado, con probabilidad de nieve. Así que calculé el tiempo de camino, teniendo en cuenta que no conocía la zona y sonó el despertador a las 06:00 de la mañana. Es un señor madrugón, si tenemos en cuenta que estaba de vacaciones. Pero estoy acostumbrado a ello y la situación lo requería. Así que la noche anterior me preparé todo el material, un tentempié y con todo salía de casa a las 06:30 am.

   Fueron unos días muy fríos. Toda España estaba bajo un blanco manto de nieve y no sabía lo que me iba a encontrar. Llegué justo cuando ese tímido resplandor de luz se asoma por el horizonte y hace que la oscuridad se torne de un gris mortecino y se intuyan un poco las siluetas del paisaje que un momento antes era negrura absoluta. Paré un momento en la cuneta y aunque el termómetro del coche marcaba -1ºC, no podía dejar pasar esa vista del pueblo con sus cumbres nevadas encima. Me abrigué, cogí cámara y trípode y al toro.

   Por fin llego a Valverde y dejo el coche en un parking tras subir una fuerte rampa. Sólo estoy yo. No se ve un alma y esta sería la tónica durante toda la mañana. Pueblo fantasma. Que por otra parte no me extraña, vistas las temperaturas reinantes por estos lares.

   Por suerte, la previsión meteorológica no estuvo acertada y según iban asomando los primeros rayos de sol, el cielo se despejaba de nubes, tornándose estas de un color anaranjado característico, al igual que las cumbres nevadas del pico Ocejón y sus vecinos.

   No lo dudé y con las manos ateridas del intenso frío, preparé el trípode, monté la cámara y empecé a sacar fotos, unas sin pensar en los ajustes y otras cuidando un poco más estos y buscando encuadres que me gustaran. No podía perder tiempo, porque estos momentos de mágica luz no durarían mucho.

   Ya en el pueblo, las sensaciones me inundaban de recuerdos de tiempos pasados que ya no volverán. El aire frío, las calles desiertas, el olor a leña quemándose en las reconfortantes chimeneas. Sabor a pueblo. Según me adentraba en sus calles, en sus rincones, la belleza del momento me hacía sentir feliz, muy feliz. Buscaba localizaciones, encuadres que hiciesen perennes ese momento. Aunque vuelva, que sin duda volveré, la magia de la primera vez, es especial.

   Así llego a una especie de plazoletilla rodeada de preciosas casas de pizarra, propias de la llamada arquitectura negra que impera por estos parajes y flanqueada por una bonita ermita. Es la ermita de La Virgen de Gracia, contruida en el año 1732 con sillares de pizarra y cuarcita y mampostería de caliza.

   La ermita da paso a la plaza principal del pueblo. Enlosada completamente con pizarra, en su punto central reside una bonita fuente, desde la que se puede contemplar la torre de la ermita.
Todo el conjunto te transporta a tiempos en blanco y negro y tiene una atmósfera donde sientes una paz y una tranquilidad normalmente olvidada y muchas veces envidiada. Quise captar ese sentimiento con mi cámara. No se si lo conseguí, pero desde luego, me lo llevé impreso en el alma.

   Subiendo hacia la parte alta del pueblo, accedes a una verde e irregular pradera bastante grande, donde hay unas porterías de futbol y al fondo, unos columpios. Desde aquí, las vistas del pico Ocejón son de primera.

   Justo al lado de los columpios se alzan tres bonitas casas rurales adosadas muy apetecibles para pasar unos días.

Las Hondonadas

   Siguiendo un sendero que bordea la pradera, en una media hora de camino tranquilo, llego a otra de las maravillas de la mañana: un salto de agua de 80m. me recibe en todo su explendor. Es la cascada de Despañalagua. La conforman la unión de tres arroyos que caen en una majestuosa avalancha líquida, cincelando el paisaje. Me quedo un buen rato contemplando esta obra de arte de la naturaleza, busco encuadres y hago diferentes tomas.

   El dios Cronos es implacable y llega la hora de irme. Durante el camino de regreso no hago más que mirar atrás, como si no quisiera despedirme de la cascada. Y me hago una promesa a lo Terminator: VOLVERÉ. Tengo que hacerlo y además, subir al pico Ocejón. Me voy con un muy buen sabor de boca y con la cámara cargada de fotos para el recuerdo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Ruta en bici Tres Cantos-Colmenar Viejo

Lunes, 6 de octubre de 2008
Habíamos quedado al lado de la estación de tren de Tres Cantos a las 09:00 de la mañana. Yo, como venía de Alcalá, no quería pillar atasco y me levante pronto y a las 07:30 estaba allí. ¡ Hora y media esperando!. Lo prefiero. El siguiente en llegar fué Oscar, puntual. Pero doblado no llegó hasta las 09:20.... Empezamos. Cruzamos la autovía y comenzamos una bajada prolongada con alguna riera pero fácil. Cruzamos el cauce seco de un pequeño arroyo y seguimos pegados a la tapia de piedra del Pardo. La verdad es que íbamos un poco lentos, pero Doblado no estaba en forma y además el peso de su bici, el suyo propio y el de su mochila (¡qué llevaría para que pesase 8kg!) no ayudaba. El día comenzó fresco pero a la vez que avanzaba, el sol iba calentando y se quedó un bonita día soleado de otoño.
La primera mitad del recorrido esa un poco rompepiernas. Subidas, bajadas, algo de llano, vuelta a subir. A mi me gustan este tipo de rutas. Había subidas que se las traían: cortas pero terribles. Plato pequeño y piñón grande. Oscar, a pesar de su rodilla maltrecha, subía a su ritmo pero subía bien. Doblado, el pobre, bastante tenía con los kilos que arrastraba.
Había también bajaditas que tenían lo suyo. Algún descanso que otro había que hacer y así también aprovechábamos para saber hacia dónde teníamos que ir. Doblado traía su GPS con la ruta metida.

Y llegamos al Puente de la marmota. Una zona muy bonita en la que se puede disfrutar de la naturaleza en todo su explendor y de un silencio y tranquilidad muchas veces deseado.

Por cierto, mención tiene que Oscar tenía una bici nueva, que se había comprado en septiembre. Una Scot muy chula.

El recorrido seguía con su rompepiernas y aqui vemos a Doblado otra vez arrastrando su "ancla". He de decir que yo aquí también me bajé de la bici.

Por fín llegamos arriba y cogimos una pista ancha y de buen terreno que ya no dejamos hasta llegar al Puente del Descalzo, en la carretera que une Colmenar con Cerceda. Una vez aquí, seguimos un tramo pequeño por carretera hasta coger el carril bici paralelo a la autovía de Colmenar. Siempre había visto este carril en mis innumerables veces que iba a la sierra y tenía la decisión de probarlo alguna vez. Pues esta fué la ocasión.

Y así llegamos otra vez a Tres Cantos después de una marcha de 40km.