Martes, 5 de enero de 2010
Llevábamos varias semanas de mal tiempo. Lluvia, sobre todo, pero también temporales de nieve y viento. Según el parte meteorológico, el día 5 de enero se preveía una ligera mejoría y las lluvias y nieve darían una pequeña tregua. Así que mi amigo Agus, mi hermano Rubén y yo quedamos para subir al pico Ocejón (Guadalajara) ese día. Yo ya lo había subido a primeros de octubre, en pleno otoño con un cielo totalmente despejado y una temperatura agradable. Esto sería distinto pero desde luego mucho más emocionante. Habría muchísima agua y arriba tendría que haber bastante nieve.
Quedamos pronto, como tengo acostumbrado, y sobre las 09:00 de la mañana llegamos a Valverde de los Arroyos. Nos preparamos, cogimos mochilas y bastones y comenzamos la marcha.
Cruzamos el bonito pueblo de arquitectura negra hacia la parte alta, dejamos atrás la pradera con el campo de futbol y nada más pasar un pequeño castañal, tomamos el camino que sale hacia la derecha en suave ascensión paralelo al sendero que lleva a las chorreras de Despeñalagua. En todo este camino ascendente bajaba un reguero de agua que en algunos sitios te cubría hasta el tobillo.
Seguimos en una ligera ascensión por el sendero convertido en un pequeño arroyuelo. A nuestra izquierda íbamos dejando el gran salto de agua ( de unos 60-80 m ) de la cascada de Despeñalagua con su impresionante caudal. Frente a nosotros, al fondo, se divisaba la canal por la que tendríamos que subir. La niebla, que cubría la cumbre desde que llegamos a Valverde, iba descendiendo poco a poco.
Tendríamos que cruzar tres arroyos, que alimentan a la gran chorrera, y que por la gran cantidad de agua de la cascada, preveíamos un importante caudal de estos. Llegamos al primero y nuestras sospechas se confirmaron. Pisando en las rocas que jalonaban el arroyo y a veces metiendo el pie casi hasta el tobillo lo cruzamos sin más problemas. Los dos que quedaban serían muy similares a este.
Una vez superados estos pequeños obstáculos, llegamos al pie de la canal por la que tendríamos que subir. A partir de aquí, en algunos tramos, la pendiente se torna exigente. A nuestra izquierda dejábamos un bonito bosque de pinos. La niebla, poco a poco, se tornaba más espesa y ya no dejaba ver más allá de 100 m. y mucho menos la cumbre.
Seguíamos subiendo en estas condiciones de niebla y humedad (el pelo se iba mojando por momentos ), que por otra parte brindaba un halo fantástico al momento, y girando ligeramente hacia la izquierda, poco a poco iba apareciendo cada vez más nieve. Esto, junto con la niebla, impedía ver el camino y muchas veces nos desviábamos de la trayectoria correcta.
Así llegamos al collado que separa al Ocejoncillo a su derecha del Ocejón a su izquierda. Aquí había tramos que la nieve nos llegaba a la rodilla y se hacía tedioso el avanzar. A nuestra izquierda salía la última parte de la ascensión que es la más vertical y de mayor desgaste físico aumentado por la cantidad de nieve.
Tras una media hora más de ascensión, llegamos a la cumbre, que por el altímetro del reloj de Agus, marcaba 2070 m de altitud. Aquí el frío se hacía notar bastante y todos nos abrigamos mientras calentábamos con un hornillo que me había traído un poco de café con leche para entrar en calor.
Las sensaciones que me envolvían en ese momento, con mi amigo Agus y mi hermano Rubén, allí arriba a 2070 m y con esa climatología eran increíbles. Esos momentos son de las cosas que más me gustan de la montaña.
Después del merecido café, emprendimos el descenso por el mismo camino de subida. El reloj biológico del estómago empezó a sonar y habría que calmarlo con algo de comida que habíamos traído. Decidimos comer en las chorreras. Luego, de regreso al pueblo, paramos en el mesón Despeñalagua para acabar la jornada con un cafetito.
Esta ha sido una de las marchas que más he disfrutado.